El amigo del relámpago

MARTES

Artilugios y cajas misteriosas

El poeta Humberto Akabal (Momostenango, Guatemala, 1952) decidió una mañana que un buen título para un libro sería este: Chajil tzaqibal ja. Lo escribió enseguida como lo pensó, en maya quiché, la lengua de la etnia en la que nació. Después, anotó en otra hoja la traducción al español: Guardián de la caída del agua.

Con ese proceso, que es para el escritor la desazón de vivir como dos poetas con las mismas quemaduras y alivios, Akabal ha publicado una veintena de cuadernos en los que aparecen los paisajes de su entorno, la naturaleza, la espiritualidad de una cultura y el desconcierto, el temor y el asombro de asumir los misterios del amor y de la muerte.

La obra de este hombre incluye dos libros de cuentos y ha sobrevolado las fronteras guatemaltecas y de Centroamérica. Se conocen en Europa aquellos versos, escritos en el mismo idioma que el Popol Vhu, la Biblia de los mayas, y se ha publicado ya en alemán, francés, italiano, inglés, japonés, portugués, hebreo, árabe, escocés y húngaro.

Akabal cree que sus primeros contactos con la poesía se produjeron cuando escuchaba los cuentos que su madre hacía en familia. Más tarde, la reencontró en las aulas y ahí descubrió su vocación de declamador. El ritmo de sus poemas tiene una clave muy comprometida con la onomatopeya –onomatopoesía, dice el escritor– y con los silencios. Encajar esos sonidos en los versos es una lección aprendida en su lengua materna: las pausas las pone el talento para que le música no deje de fluir.

Pero no todo está en el aire y el oído. El escritor recuerda que cuando dejó la escuela, a los 12 años, llegó a Bécquer, Nervo, Gutiérrez Nájera, Darío y Pablo Neruda.

Se considera un poeta de confluencias, bicultural, bilingüe. A la hora de escribir está conectado con el universo de su lengua materna aunque escriba en castellano. Y a la hora de traducir comprende que una lengua enriquece la otra.

Para el autor de Hojas solo hojas, Retoño salvaje y Con los ojos después del mar, la literatura indígena debe de examinarse bajo los mismos patrones que cualquier otra literatura. Es discriminatorio tratar de sectorizarla. «Seamos claros», ha dicho el poeta, «si tiene valor, el texto literario permanecerá; si no lo tiene, se hará bulla un rato pero luego se apagará. Así es como quisiera que se viera mi trabajo».

Akabal rechaza la profesionalización del indigenismo. No quiere que lo utilicen como relleno en los congresos de poetas o como protagonista en otras citas. Vive en el mismo sitio donde nació y en la comarca que recorría con su padre para vender ponchos. Escucha los pájaros que para los mayas de esa región de Guatemala tienen mensajes especiales y cantan en la espesura los predicciones meteorológicas. Lee poesía en español y sigue atento a las resonancias de las marimbas que tocaban sus antepasados.

Viaja a encuentros poéticos por toda América y da conferencias en universidades, pero como un poeta que conoce a los clásicos y que, gracias a la sabiduría de su abuelo, un sacerdote maya, se relaciona con los relámpagos, sabe calibrar el viento, el rumor de los ríos y el alcance de las supersticiones.

Este poema de Akabal es de su libro Guardián de la caída del agua: «Allá/ de donde yo soy/ es el único lugar/ donde uno / puede agarrarse a la noche/ –como de una baranda– / para no caer/ en la oscuridad».

MIÉRCOLES

Transparencias y dictados

Es bueno para Costa Rica y para la poesía española que se pueda leer La canción del oficio, el nuevo libro de Osvaldo Sauma (San José, 1949), un poeta al que, en los primeros años 80, le dio por garabatear versos en las servilletas de los bares. Es bueno porque el paso de las barras a la imprenta le ha conseguido cómplices y seguidores que se quieren ver en lo que él escribe.

La periodista y crítica María del Mar Obando recibió esta semana la obra de Sauma con una cálida bienvenida a «sus versos dulces e irónicos que buscan la sinceridad de la tristeza sin negar la felicidad, pero observándola con desconfianza». El poeta Alfredo Trejos ha dicho que esa poesía es una prolongada despedida del amor como tema y de la mujer como destino. Tensa, estable, serena y triste, pero nunca lastimera.

Para Sauma, la poesía no ha dejado de ser ese asalto sorprendente, una especie de dictado que le sale al camino en cualquier parte y una voz que lo obliga a transcribir las cosas que le confiesan. Entonces, el poeta que no se lleva bien con los ordenadores, busca su hoja de papel y el lápiz.

Sauma ha recibido premios literarios en su país, México y Panamá y no oculta para nada su cercanía con poetas como Roque Dalton, Pablo Neruda, Charles Bukowski, Jaime Sabines y Jorge Luis Borges. En esa lista pone también a Carlos Fuentes.

El poeta enseña expresión literaria en el Conservatorio de Castella y publicó su primer libro, Las huellas del desencanto, en 1983. Luego editó, entre otros, Bitácora del iluso, Retrato en familia y El libro del adiós.

Estos versos son del costarricense: «Una mujer baila/ sobre el corazón de la madera/ para enardecer/ el latido ciego de la vida/ baila sobre mis heridas/ para recrudecerme/ el camino del remordimiento».